Por Ernesto Wong Maestre
25 de mayo de 2011
En el 48 aniversario de la fundación de la entonces Organización de la Unidad Africana (OUA), luego Unión Africana, la amplia mayoría de los actuales presidentes africanos reconocen que en los últimos diez años el mayor apoyo financiero externo y de mejor calidad entre todos, por las condiciones con que se aplica, proviene de la República Popular China.
Los gobiernos africanos han encontrado en el gigante asiático un respaldo económico y social de amplia significación según las pésimas y/o polémicas condiciones en que los llamados procesos de “democratización” exigidos por las potencias occidentales dejaron al continente desde la década de los noventa, luego de la desintegración del campo socialista, que se agregaron a las deformaciones estructurales que esas mismas potencias europeas crearon en los siglos de conquista y colonización en África, y a las difíciles condiciones internas y externas que durante los primeros treinta años de independencia enfrentaron los gobernantes recien iniciados en el arte de la política estatal.
Entre los padres fundadores anticolonialistas de las nacientes repúblicas independientes africanas, reunidos en Adis Abeba, Etiopía, es necesario recordar al líder ghanés Nkwame Nkrumah, el primer subsahariano en vencer en las urnas coloniales al imperio inglés; al guía del pueblo keniano Jomo Kenyata, quien liderizó a los kikuyos, masai y moralmente a los aguerridos anticolonialistas Mau Mau frente a Inglaterra; así como se recuerda a Modibo Keita, líder de Mali y aliado importante para la indepedencia argelina.
También debe mencionarse al lìder sindical y luego presidente de Guinea, Sekou Touré, nieto del guerrero anticolonialista Samori Touré quien guió a su pueblo en la mayor resistencia armada que encontró Francia en su guerra de conquista del África occidental, así como al anfitrión de esa primera cumbre africana, el rey etiope Haile Selassie, gobernante que dirigió a su pueblo durante décadas frente a las apetencias territoriales del Reino Unido, Italia y Francia en la región y propició esa unidad de acción con los recien estrenados presidentes de las nuevas naciones.
En este grupo de líderes en el poder para el año 1963, se destacó el promotor y líder del socialismo árabe, Gamal Abdel Nasser, gobernante de Egipto, personalidad clave en el proceso africano con una década de experiencias gubernamentales, quien junto a Keita, Touré, Nkrumah y Selassie impulsó el panafricanismo y la unidad africana, hoy tan vulnerable ante la arremetida asesina e imperial de EEUU y la Otan contra Libia.
Fue el maestro Kwame Nkrumah, considerado un marxista por su proyección filosófica y política, el pionero del panafricanismo liberador, el primer presidente subsahariano en proclamar la independencia de su país (Ghana 1957) y promotor de las relaciones diplomáticas con la República Popular China.
Precisamente, estando en un viaje de trabajo al pais asiático en 1965, luego de 8 años de gestión, para concretar lo que hoy ya es un hecho generalizado, Krumah fue víctima de un golpe de Estado, promovido por la combinación EEUU-RU, que le impidió retornar a su país y que a su pueblo le cortó la posibilidad real de desarrollo.
Para África, la desintegración del campo socialista a partir de 1990 y con él la desaparición del contrapeso político-militar-económico al sistema imperialista de dominación, provocó un período de inestabilidad social (política, económica y jurídica) en todo el continente que repercutió en las tradicionales estructuras de dominación interna, algunas de ellas explotadas antes por el sistema colonialista y otras desestructuradas definitivamente en el contexto de la creciente globalización.
Desaparecido el principal y más potente adversario ideológico, militar y económico de EEUU y de algunas potencias europeas, como fue la Unión Soviética y sus aliados socialistas, el imperialismo no tuvo preocupaciones mayores por continuar explotando las condiciones económicas, financieras y comerciales que desde fines de los 70 les ofrecieron los gobernantes chinos, interesados en aprovechar los altos montos de capital externo para impulsar los proyectos que se derivaron de las reformas planteadas para renovar al socialismo chino.
Dichos proyectos chinos comenzaron a surtir los frutos internos desde los primeros años de la década de los 80 pero en la siguiente década y sobre todo al iniciarse el siglo XXI ya la economía china necesitaba expandir sus capitales para generar más ingresos en divisas, lo que comenzó con fuerza hacia el año 2002-2003, que también coincidió con el peligro más cercano de la guerra de conquista desatada por EEUU contra Iraq, la cual hizo crecer las preocupaciones chinas, luego de la acción de la Otan en la década anterior para desintegrar a Yugoslavía.
Por tales razones, el siglo XXI irrumpe para África como un tiempo de oportunidades, más que de retos, pues de peligros y amenazas ya ese continente había tenido extensas y profundas experiencias durante más de cinco siglos. Primero con la trata humana derivada en una esclavitud estructural desde el siglo XVI, luego los pueblos enfrentados a varios siglos de conquista europea que culminó con la implantación del sistema colonial en casi todo el continente aprobado por el Congreso de Berlín de 1885.
De manera que en la primera década de este siglo se dan las condiciones necesarias y suficientes para que China, como potencia emergente, comenzara a desempeñar un papel diferente al que desempeñaron las potencias europeas en África y al mismo tiempo comenzara a desplazar económicamente a EEUU y a otros inversores europeos de América Latina. Tanto para África como para América Latina, ya China es el primer socio comercial.
El destacado investigador congolés Mbuyi Kabunda ha hecho un análisis de los factores incidentes en esa relación África-China y considera que “la presencia china en África obedece a una cierta lógica entre dos socios complementarios: China tiene un exceso de capitales y al tiempo sed de recursos naturales para mantener su extraordinario crecimiento económico; por su parte, África carece de capitales y a la vez dispone de abundantes recursos naturales”.
Tal complementaridad entre China y África no podría realizarse sin mediar la voluntad política de los actores implicados en esa relación, expresada en sus políticas exteriores y en los proyectos que de ella se derivan, sobre todo cuando la política exterior es coherente y consecuente con los objetivos de quienes gobiernan. Si esto es así o de forma contradictoria, es asunto exclusivo de sus pueblos, en lo cual no debe haber intromisión externa.
Por tal razón, al estudiar esta problemática con un mayor nivel de rigor científico debe hacerse considerando a China como un sólo actor, con una única voluntad política pero no a África bajo el mismo presupuesto sino como un grupo de países que cada uno tiene sus propios intereses y propias voluntades políticas, y cada uno estudiado en sus relaciones con China, en las causas y condiciones que dan lugar a sus decisiones hacia el país asiático.
Algunos analistas internacionales consideran que “las naciones que envían a África sus ayudas económicas” deben preocuparse “del destino de estos fondos, como los propios gobiernos receptores, que en muchos casos, se convierten en nidos de corrupción que alimentan a una clase elitista y mantienen en la pobreza a la mayoría de la población” [1].
Sin embargo, en las relaciones bilaterales de China con los países africanos ha primado los intereses mutuos de desarrollo o de simple crecimiento, según las proyecciones y condiciones de cada caso, más que la tradicional ayuda internacional al desarrollo (AID) de una potencia occidental condicionada a cambios políticos al interior del receptor, en interés del donante.
Coincido con Kabunda cuando expresa que "Occidente impuso durante mucho tiempo economías rentistas en África (la colonización de explotación, la construcción de elefantes blancos responsables del excesivo endeudamiento del continente) y hoy con los Acuerdos de Partenariado Económico (APEs) quiere convertir al continente en un mercado para sus productos, empresas y multinacionales, y de este modo contrarrestar la competencia china. China no actúa exactamente igual. Lo que viene haciendo actualmente China en el continente africano no es, por tanto, del todo comparable a lo que occidente ha venido haciendo, y sigue haciendo en el mismo”.
En palabras de Jacobo Zuma, presidente de Suráfrica, “Africa está cooperando con China de una manera que es diferente a su interacción con los socios tradicionales”. Relaciones de “beneficio mutuo” son las que se deben establecer entre China y África puntualizó Zuma ante los 900 participantes de más de 60 países reunidos en el Foro Anual “De la Visión a la Acción, el Próximo Capítulo de África” realizado en Ciudad del Cabo, Suráfrica. (2)
Las evidencias que presenta Kabunda en su estudio de las relaciones de China con los países africanos pueden servir de argumentos para sustentar las opiniones tanto de Zuma como de Manos Unidas, antes referidas.
El experto congolés, profesor de la Universidad de Basilea en Suiza y la de Barcelona expone siete evidencias:
1) China ha cancelado la deuda bilateral de una treintena de países africanos. [2]
2) Ha concedido millonarios préstamos con tasas de rembolso blandas o nulas, y a largo plazo, algo impensable antes.
3) La fuerte demanda china de materias primas africanas explica en parte la alta tasa promedia de crecimiento (6% en 2008), conseguida por el continente antes de la actual crisis financiera mundial.
4) China es el segundo importador del petróleo africano después de EE.UU.
5) Entre 2003 y 2005, la demanda de China ha permitido el aumento del precio de algunas materias primas africanas: bauxita (320%), zinc (113%), plomo (110%), cobre (51%), etc.
Otras evidencias de directa repercusión social son:
6) Ofrece recursos financieros o construye en África edificios públicos, estadios de deportes, oficinas, palacios presidenciales, y otros de la infraestructura por interés y en acuerdo con los gobiernos africanos.
7) China construye carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, presas hidroeléctricas, hospitales, escuelas, viviendas sociales, transfiere tecnologías y transforma in situ algunas materias primas (como la bauxita en aluminio), etc. Con el consiguiente “impacto en la mejora de las condiciones sociales de la población”, algo también ausente en las relaciones con África del neocolonialismo europeo-norteamericano. [3]
Si a ello se le agrega el aporte de China a la formación de más de 30 mil profesionales y técnicos africanos que estudian en el país asiático becados por el gobierno de Beijing, en el 2010, el cuadro potencial de la cooperacion sino-africana es cada vez más alto.
De acuerdo con Kabunda y también reconocido por los gobernantes africanos, los productos baratos “made in China” contribuye a la mejora del poder adquisitivo de la población, digamos que vía la solución de necesidades de primer orden, como vía la gestión de algunos servicios caseros y hasta comunales por cuenta propia, aún cuando esos productos no sean de tanta durabilidad como los de occidente, aspecto al que China está abocada a solucionar según lo dio a conocer la última Asamblea Consultiva de la nación asiática.
Algunos sectores de poder africanos han recriminado al gigante asiático de “estar invadiendo los sectores de la industria textil y de la economía popular” africana pero la mayor parte de los gobernantes africanos reconocen que las relaciones deben ser de “beneficio mutuo” y China tiene más de 1300 millones de habitantes que alimentar, vestir y propiciarles un mayor nivel de vida, dadas las generaciones de poblaciones rurales y urbanas que se sacrificaron durante más de 60 años para lograrlo.
Otro aspecto que reconocen los presidentes africanos y hace referencia Kabunda es que China ofrece una cooperación de igual a igual, sin condiciones y respetuosa de la soberanía de los Estados africanos. Tan es así que las Cumbres más concurridas por jefes de Estado o de Gobierno en el mundo son las cumbres China-Africa que se celebran anualmente, un año en algún país africano y otro año en Beijing.
Al presentar las conclusiones de su estudio en la entrevista con Diana Castilho [4], el profesor Mbuyi Kabunda, también asesor externo ad honorem del Seminario de África de la Escuela de Estudios Internacionales de Faces-Ucv que conduzco, sostiene que “al menos, ahora África tiene dos socios, Occidente y China, con la posibilidad de elegir, y el consecuente aumento en la capacidad de presión, poniendo así fin a su devaluación geoestratégica como consecuencia del fin de la Guerra Fría”.
En las condiciones actuales de la profunda crisis estructural del capital, China ha propiciado la reevaluación geoestratégica de África, hasta tal punto que ahora es víctima del regreso de las invasiones armadas o encubiertas occidentales bajo el ropaje del Consejo de Seguridad de ONU o sin encubrir, como las ocurridas en Costa de Marfil, Libia y Egipto en los primeros cinco meses de este año. Le corresponde a los africanos unirse más, para junto a China, detener a los invasores y agresores de los pueblos africanos.
La mayor independencia alcanzada por África en los últimos ocho años, con el apoyo financiero, económico y comercial generado por la cooperación con China ha venido propiciando la reducción de la pobreza y creando mejores condiciones de desarrollo industrial y agrícola propio que permitirá reducir las dificultades de alimentación que padecen esos 460 millones de africanos y africanas y disminuir o eliminar si fuera posible cuanto antes esos 200.000 niños y niñas africanas que son utilizados, por quienes detentan el poder, como soldados, esclavos domésticos o dedicados a la prostitución en África o fuera de ella. [5]
(*)
Docente, investigador y Co-Presidente de TRISOL
@ProfeWong
y Email: wongmaestre@gmail.com
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