La dictadura chilena no pudo matar las esperanzas
Por Ernesto Wong Maestre (*)
Leyendo los reportes de prensa realizados por los
medios de comunicación sobre la rebelión popular chilena, esos articulados a
las redes informativas que cumplen los dictados de los gobiernos de los
EE.UU, se puede constatar tanto la
incapacidad de sus periodistas, como también las intenciones de sus jefes, para
comprender o para hacer creer lo que actualmente está aconteciendo en Chile, en
particular cuando hace pocas horas atrás la rebelión ha llegado a sumar casi
millón y medio de manifestantes de todas las edades en las calles de la capital;
en una concentración considerada la más numerosa de la historia chilena, solo
comparable con las efectuadas en apoyo al socialista Salvador Allende, quien
ganara la presidencia de Chile en 1970, y luego fuera derrocado en 1973 por el
cruento golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet y dirigido
desde Washington.
Pinochet se convirtió en el dictador suramericano
más sanguinario de la historia y apoyado en las fuerzas armadas. Asesinó y desapareció a miles de personas,
incluidos niños y ancianos, e impuso leyes, medidas no escritas, y normas de
comportamiento dictatoriales que cercenaron la democracia durante varias
décadas. Algunas de ellas siguen vigentes en el actual gobierno de Sebastián
Piñera, como es la Constitución de la República, por citar solo algunas que
siguen limitando la vida democrática, si acaso a elecciones porque ni libre
expresión hay en un país donde un alto por ciento de los medios de comunicación
responden a los intereses del capital, y sobre todo de un capital ensangrentado
porque gran parte de él se originó desde el reparto y apropiación de bienes de
producción y servicios que la casta militar golpista y sus empresarios
aduladores aprovecharon para enriquecerse; el actual presidente entre ellos.
El dictador que dirigió el gobierno de facto estuvo
reprimiendo a la sociedad chilena durante diecisiete años porque es un pueblo
que cuando votó mayoritariamente por Allende en 1970 sobrepasó la cifra del
millón de electores (1.075.016) y
después de casi cincuenta años, la mayoría de los que sobrevivieron a la
represión o a la muerte natural continúa decidido a rescatar el ideal
socialista y ahora junto a sus hijos ya maduros y nietos que hoy son la mayoría
de los rebelados contra Piñera y el sistema político-económico. “No tenemos
miedo” exclaman sin capucha y sin armas,
abiertamente ante los y las periodistas, esos jovencitos que ya son
verdaderos soldados de la Patria enfrentados a los carabineros de la dictadura.
Nadie debería dudar de la potencialidad de esa
fusión de generaciones porque es lógico pensar que aquel millón allendista se
quintuplicó, sea dentro como fuera de Chile debido a la emigración forzada
causada por las masacres de Pinochet, y si bien muchas de esas familias
emprendieron nuevas vidas, la mayoría quedó residiendo en el país, pendientes y
con su cultura chilena, la verdadera del pueblo, que es, como en toda
Suramérica, de raigambre independentista y por ello democrática.
Allende tuvo muchas razones cuando avizoró que se
abrirían, más temprano que tarde, “las grandes alamedas” por donde pasaría “el
hombre nuevo”, ese que años antes había imaginado Fidel Castro y Che Guevara y
que después en 1979 fue (y es) ideal también de la Revolución Sandinista, e
idea clave en la corta vida de Maurice Bishop con su Revolución de la Nueva
Joya en Granada, los cuatro procesos sociales enfocados en el ideal socialista
que precedió y fueron objeto de estudio, del Comandante y líder Hugo Chávez,
para iniciar una nueva fase, ahora victoriosa, de la Revolución Bolivariana que
ahora lidera, ejemplarmente, Nicolás Maduro. Hoy, en los Andes de los aymaras y
los quechuas, donde año tras años rememoran al Che y a Allende se enarbola también
el ideal del “hombre nuevo”, liderado por ese ejemplo de indígena nuevo llamado
Evo Morales.
Esa fusión de generaciones es el gran proceso
humano y social en el que se dirimirán
las contradicciones en el siglo XXI y está condicionado ahora por tres
procesos, a saber: a) por una aguda
crisis estructural del capitalismo, en tensión con los proyectos nacionales o
plurinacionales enfocados al socialismo; b) por un tipo de política cada día
más demagógica e inmoral de los gobernantes pro capitalistas que es evidenciada
con mayor significado social debido a la expansión de las redes sociales, con
su correlato de rechazo masivo, y por ello 3) de una conciencia política de
liberación y emancipación más profunda y extendida en la ciudadanía.
De esa dialéctica de las tensiones sociales y
políticas, como “expresión concentrada de la economía” surgirán, cada año, en
cantidades mayores en el mundo, tres tipos de gobiernos: unos enfocados
abiertamente al socialismo con fortalecimiento del Estado y presencia de
capital privado y del globalizado con diferentes tipos de alianzas; otros con
variantes políticas socialdemócratas como tránsito para contener al capitalismo
depredador pero priorizando al capital privado sobre el público; y otros,
gobiernos del tipo “liberal” que como consecuencia de correlaciones de fuerzas
entre los poderes de esos estados, mantendrán y tratarán de prolongar de una u
otra forma –por ahora- el poder de la burguesía, la que nunca podrá asesinar
las esperanzas de los pueblos, tal y como lo estamos viviendo ahora, en cada
nación en transformación, con sus particularidades y generalidades, sea en
Suramérica, Centroamérica, Caribe, África del norte, África Central y
Meridional, Asia Menor, Europa, Medio Oriente, Norteamérica, Eurasia o incluso
Australia.
Aunado a esos tres tipos de gobiernos, se
encuentran los restantes, esos que seguirán desestructurándose, integrantes del
“imperialismo colectivo” y practicantes asiduos del no reconocimiento social
como política gubernamental, y todo como consecuencia de las tensiones sociales
crecientes al interior de sus sociedades y de las tensiones con el entorno
regional o global, en lo que está mediando una aceleración inusitada y
diversificada de las comunicaciones, y en las que cada día intervienen más
millones de seres, de esos siete mil millones que hoy conforman la esperanzadora
humanidad, más confuciana, roussoniana y bolivariana que hobbesiana o durkheimana,
y por ello predominando el ideal del destino común y de los beneficios
compartidos.
De manera que la fusión de generaciones imbuidas de
un ideal común y decididas a transformar la sociedad y las relaciones con su
entorno no es un resultado evolucionista sino la expresión de un proceso de
desarrollo en que ellas llegan al punto de “no retorno” aunque no exenta de
contradicciones tripolares, o al momento
de evitar a toda costa y bajo cualquier peligro de que no les maten las
esperanzas quienes por años, injustamente, no les han reconocido sus anhelos y
sus derechos.
(*) Profesor de las Maestrías en Derecho
Internacional Público de la UBV y Política Exterior de Venezuela del IAEDPG; es
Master de FLACSO-México y Doctor en Seguridad de la Nación de la UMBV. Es
co-Presidente de la Tricontinental de las Relaciones Internacionales y la
Solidaridad (TRISOL) para su Planificación, Organización y Desarrollo. Director
del Blog http://noticiasvenezolanasymundiales.blogspot.com
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