Por Ernesto Wong
Maestre (*)
Luego de las reiteradas amenazas
y confesiones de varios gobernantes de EE.UU, de un congresista del lobby
contrarrevolucionario y de su protegido diputado autoproclamado presidente, no
hay duda alguna de la autoría estadounidense de la operación de sabotaje contra
el cerebro cibernético del Sistema Automatizado de Control (ARDA) del Guri en
el Estado Bolívar que controla el funcionamiento de la generación eléctrica
para el sistema nacional de electricidad de Venezuela y que ha afectado a toda
la población en su conjunto. Es una operación calificada por el derecho
internacional público de genocida porque está dirigida a dañar la vida de toda
una sociedad y de injerencista porque está realizada para favorecer una
parcialidad política, precisamente la minoritaria del autoproclamado, tratando
de crear condiciones políticas y sociales para lograr instaurarlo en el poder
con apoyo de tropas mercenarias y de grupos nativos violentos, lo que
desencadenaría un conflicto armado masivo y así justificar una intervención
armada del ejercito de EE.UU presentada al mundo como una “intervención humanitaria”.
Si las confesiones y las pruebas
de ellas son evidentes, por lo pública que fueron hechas y mostradas al mundo
entero, con las innegables intenciones de socavar la paz reinante en Venezuela,
de imponer al mundo su imagen de supremacía y de promover otro golpe de Estado
contra el Presidente Constitucional, Nicolás Maduro Moros (quien fue reelecto
el pasado 20 de mayo por una abrumadora mayoría del 68% de votantes y
juramentado ante el Tribunal Supremo de Justicia el recién pasado 10 de enero),
entonces tampoco debe haber duda alguna que fue una operación militar de EE.UU,
específicamente del Cibercomando, especializado en operaciones cibernéticas
defensivas y agresivas como estructura militar y “comando unificado” creado por
el gobierno de Barack Obama el 23 de junio de 2009 y que dirige el General Paul
M. Nakasone, desde 2016, también director de la Agencia de Seguridad Nacional
(NSA por sus siglas en inglés) desde 2018.
Este Teniente General del
Ejército, altamente especializado en cibernética y con posturas antirusas
coincidentes con varios neoconservadores belicistas del gobierno, debería ser
citado a rendir declaración al Congreso estadounidense por este tipo de
operación ilegal, según las leyes de esa Nación y la propia Carta de ONU, aún
cuando desde inicios de 2015 el mismo Presidente Obama haya decretado a
Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria”, algo inaudito para la
opinión pública de la comunidad internacional por el evidente desequilibrio de
fuerzas militares entre ambos Estados pero muy articulado con el pensamiento
neoconservador reinante en el sistema bipartidista que desde hace más de diez
años transita por una crisis estructural de magnitudes insospechables pero con
expresiones muy bien definidas, como lo han revelado diversos analistas de
tendencias disímiles.
Si a las declaraciones estadounidenses con evidentes intenciones y deseos de obstaculizar al gobierno de Maduro, se le unen las pruebas de sus consumados intereses, expresados en jubilosas exclamaciones de éxito contra el proceso bolivariano, y además el razonamiento doctrinal que condiciona ideológicamente a esa camarilla belicista en torno a Donald Trump, no debe quedar ninguna duda acerca de la autoría estadounidense y de su institución especializada en las operaciones cibernéticas, el denominado Cybercom o Cibercomando del Ejército, el cual agrupa a varias experimentadas dependencias en guerras de agresión dirigidas desde el Pentágono, tales como la Fuerza de Tarea Conjunta de Operaciones de Red Global, el Comando Conjunto de Componentes Funcionales para la Guerra de red y la Agencia de Defensa de Sistemas de Información, entre otras.
Doctrina neoconservadora y guerra cibernética
Precisamente, el soporte
doctrinario de las amenazas y confesiones públicas de Mike Pompeo, Secretario de Estado; de Marco Rubio, senador
republicano de la Florida y cabecilla de la mafia cubano-americana; de John
Bolton, Consejero de Seguridad Nacional, y de Elliot Abrams, este ultimo junto
con Bolton, tradicionales promotores del ideal belicista y supremacista, radica
en la ideología reaccionaria neoconservadora. Esta propugna de forma muy
articulada: a) el unilateral “cambio de régimen” en aquellos países
considerados “amenazas” lo que implica el irrespeto y la constante injerencia
en los asuntos internos de otros Estados, la violación de sus soberanías y la
negación de la igualdad de los Estados y sus derechos a la libre
autodeterminación, y b) usar el poder sin reparar en los principios y normas
del derecho internacional público, el cual es considerado obsoleto para los
intereses globales de EE.UU, aunque a decir de uno de los ideólogos del
neoconservadurismo criminal, el gobierno debe “ser más cauto con él (poder),
utilizar el poder blando más que el duro e idear modos más sutiles e indirectos
de modelar el mundo (…) nuestro poder a menudo resulta más eficaz cuando no se
ve (…) y es más útil cuando es latente” (Fukuyama,194). Actuar en la oscuridad
y buscar con apagones inducidos oscurecer la vida de los pueblos soberanos,
como lo ejecuta el equipo de Donald Trump recuerda y reafirma aquel perfecto
diagnóstico de El Libertador de América: “Los Estados Unidos parecen destinados
por la Providencia a plagar a América de miserias en nombre de la libertad” (Bolívar,
1829).
“Todo esto tiene un sentido perfecto, por
horrible que sea”, explicaba Eric Walberg, de Global Research, semanas después
de dar a conocer Obama el nacimiento legal del Cybercom. “El imperio de EE.UU.
está en marcha y el Pentágono aprendió los peligros del servicio militar
obligatorio de las masivas protestas públicas que provocó durante la guerra de
Vietnam. Ya opera en un campo de batalla electrónico global en el que los
combates son cada vez más librados por drones robóticos guiados por sistemas de
vigilancia. La idea es minimizar las bajas estadounidenses” (Walberg, 2009).
Entonces, la guerra cibernética cumple esas condiciones.
Meses después, el 21 de mayo de
2010, el Cibercomando inició su vida legal. En marzo de 2011 debió tener una
participación relevante pero oculta para interceptar y sustituir las emisiones
radiales libias e interrumpir los sistemas cibernéticos informativos antiaéreos
de Libia cuando esta fue víctima de la operación internacional urdida por el
gobierno de Obama-Clinton. No debe soslayarse en este análisis la anterior
participación, desde 2008, de las instituciones que conformaron el Cibercomando
en crear las condiciones informático-sociales para poder derrocar los gobiernos
de Egipto y de Tunez, las dos fronteras más populosas de Libia por las que
penetraron las fuerzas terroristas y comandos militares extranjeros articulados
por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) mientras EE.UU
creaba las condiciones diplomáticas en el Consejo de Seguridad de la ONU para
justificar y aprobar la intervención armada, en este caso enmascarada en una denominada
zona de exclusión aérea para la aviación libia para facilitar luego los
bombardeos de EE.UU, Francia, Gran Bretaña e Italia, entre otros miembros del
organismo militar atlantista sobre los territorios defendidos por las fuerzas
de Muhamad Al Gadaffi.
Razón le dieron a Fukuyama los
halcones de la guerra cuando este, en 2005, les había sugerido: “si Estados
Unidos se tomara en serio el cambio de regímenes y el uso de su ejército para
propiciar metas políticas en diversas partes del mundo, necesitaría un ejército
muy diferente del que auguró Wohlstetter”(Fukuyama, 49). Aquí,
maquiavélicamente, el impulsor de “la línea dura” contra Irak, se refirió a su
mentor quien abogó por los dos ataques nucleares seguidos o estrategia de
“contrafuerza” y por el uso de la más avanzada tecnología para la guerra
nuclear. Y por ello Fukuyama optó por apoyar desde sus investigaciones la idea
de que el nuevo ejército debía disponer de unas nuevas armas, otros soldados
que no fueran estadounidenses sino mercenarios y una organización militar adecuada a los fines
neoconservadores: desestabilizar políticamente a sus adversarios mediante una
cuidadosa “ingeniería social” y propiciar el “cambio de régimen” para
establecer un régimen y gobierno que le permita a EE.UU apoderarse de los
recursos estratégicos, energéticos y riquezas de sus víctimas, incluida la
financiera, tal y como lo ha llegado a
confesar y ejecutar hasta el propio presidente Donald Trump con el saqueo de
los activos venezolanos en ese país del norte y el bloqueo financiero,
económico y comercial que lleva cabo esa
potencia nuclear contra el pueblo de Venezuela al cual ya le ha ocasionado
pérdidas –en los últimos dos años- por mucho más de 30 mil millones de dólares.
La amenaza como justificación imperial de la ciberguerra
Haber declarado a Venezuela como
“una amenaza inusual y extraordinaria” presupone que EE.UU había tenido hasta
ese momento solo una “amenaza” usual y ordinaria que no fue otra que el potente
socialismo soviético hasta 1991 y ahora la alianza sino-rusa. No obstante, el
peligro para Venezuela es inminente pues la calificación asignada desde 2015 de
“amenaza” implica en la doctrina neoconservadora el necesario diagnóstico de
los “riesgos” y de las “compensaciones” posibles y por ello de la planeación
inmediata de acciones bélicas, conducentes a la “guerra preventiva” que podría
minimizar los riesgos y maximizar las compensaciones, según razona el
pensamiento gerencial estratégico fundado en la filosofía utilitarista y pragmática
norteamericana, el cual también reconoce que “es importante ser exactos sobre
los modos y el grado en que cambió la amenaza, porque eso influye en la clase
de riesgos que Estados Unidos tenía justificado correr en respuesta a ella”
(Fukuyama,78) y “es importante separar las dimensiones tecnológica y política
de la amenaza, porque eso influye en lo que se considera una respuesta
razonable y los riesgos que se está dispuesto a correr para plantarle cara”
(Idem,86), todo un razonamiento elaborado sobre el fracaso en Irak pero que de
la misma forma sus preceptos, como el de la“anticipación” y el necesario
“unilateralismo”, siguen aplicándose por quienes detentan el poder estatal en
EE.UU y hoy emplean la ciberguerra en escalada contra el bienestar del pueblo para
dar un paso más y lograr condiciones para “el cambio de régimen”, lo que ha
sido respondido firmemente por el líder bolivariano:
"El imperio de los EEUU, una vez más,
subestima la conciencia y determinación del pueblo venezolano. Les aseguro, que
cada intento de agresión imperial se encontrará con una respuesta contundente
de las y los patriotas que amamos y defendemos, con valentía, nuestra
Patria" (Maduro, Twitt 9/3/19).
Sin dudas, las ideas de Francis
Fukuyama, quien fuera subordinado por varios años del ex vicesecretario de
defensa de EE.UU y ex alto funcionario del Departamento de Estado, Paul
D.Wolfowitz, funcionario también ligado al capital financiero y de reconocido
aporte al neoconservadurismo, son claras evidencias de que fueron relevantes para
esa camada de neoconservadores enquistados en el Estado Profundo norteamericano
que idearon y diseñaron el Cibercomando a partir también de las experiencias
reaganianas con la Iniciativa de Defensa Estratégicas (IDE) más conocida como
la “Guerra de las Galaxias” y del fracaso estadounidense –como lo reconoce
Zbigniew Brzezinski en “El Tablero
Mundial”- ante la rectificación
del también “estado profundo” ruso que puso fin al gobierno de Boris Yeltsin,
evitando así la entrega total de Rusia a EE.UU, y que favoreció a Vladimir
Putin para asumir el liderazgo y lograr torcer el rumbo capitalista de su
antecesor para encaminarse a la alianza con la República Popular China, muy
clara desde 1996 cuando juntos dan inicio al germen de lo que es hoy la
Organización de Cooperación de Shanghai (OCS).
Sobre esos presupuestos podría
argumentarse que Venezuela no solo es la amenazada, sino también la agredida y
en riesgo de ser sometida a una invasión militar extranjera de nuevo tipo donde
el Pentágono use fuerzas mercenarias que busquen con apoyo logístico del
Comando Sur controlar un territorio venezolano desde donde puedan dividir al
país con perspectivas de que tropas estadounidenses se posicionen con una
reducida pérdida de vidas que no vaya a desencadenar una reacción antibélica en
las ciudades norteñas que se amalgame con las protestas pro-inmigrantes,
pro-salud gratuita y otras latentes, así como estimule las corrientes políticas
socialistas que cada día emergen en EE.UU. No es casual que Trump haya
proferido su sentencia de “acabar con el socialismo” y con la influencia de
Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Terrorismo eléctrico y guerra de exclusión de China
Son muchas otras razones también
las que indican lo lógico que es reconocer la operación genocida del Cibercomando
de EE.UU contra el pueblo de Venezuela y su servicio eléctrico, sobre todo
cuando este ha sido reforzado y ampliado por el Gobierno Bolivariano en su
empeño de elevar el bienestar de su sociedad, como lo muestran las miles de
obras sociales y nuevos servicios que disfruta la población. Esa operación
genocida también sirve al Cybercom para explorar y conocer debilidades y
limitaciones que puedan ser explotadas en una operación militar siguiente, de
mayor envergadura porque está enmarcada y formando parte significativa de la
política de EE.UU y estrategia bélica de naturaleza ultraconservadora, opuesta
al derecho internacional, de volver a ejercer la hegemonía en América Latina, perdida
a causa de sus propias ambiciones expansionistas, derroche en su sistema
político excluyente y de la potencialidad de China y su “socialismo de mercado”
como potente aliado de Venezuela, y que fue encontrando los espacios y
oportunidades necesarias, muchas de ellas generadas por las contradicciones
capitalistas y el declive estadounidense en el mundo y en particular en África
y América Latina para convertirse en el primer socio comercial de ambos
continentes.
La región, donde comenzó a actuar
con fuerza desde 2011 la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC) a iniciativa de Venezuela y apoyada por el ALBA-TCP, es considerada por
el actual gobierno de EE.UU como “espacio vital”, una concepción geopolítica
agresiva que se deriva de ese pensamiento supremacista expuesto en
publicaciones como The National Interest, The Public Interest, Commentary, el Proyecto para el Nuevo Siglo
Norteamericano, American Interest, la Military Rewieu, entre otras, donde también
se alienta el espíritu de la Doctrina Monroe vinculada ahora con el desprecio
al multilateralismo, la violación flagrante del DIP y la incesante búsqueda de
derrocar gobiernos; también con la loa al mundo unipolar hegemonizado por
EE.UU, con el uso de los mercenarios para fines inconfesables, con la
utilización de una minoritaria juventud inconforme y antiautoritaria lanzándola
a aventuras terroristas, con el empleo de herramientas, equipos digitales y vías
de comunicación en tiempo real como las redes sociales para confundir, así como
para crear imágenes y estereotipos de apoyo a las políticas imperiales;
enriquecida también con una criticada práctica “diplomática” de extorsiones,
chantajes y sobornos para fundir todo en
un accionar contrarrevolucionario y muy capitalista, depredador por naturaleza,
como predijo Albert Einstein desde 1947 en su artículo “Por qué el socialismo”.
Ambas vertientes de retroceso
humano han encontrado en la Venezuela soberana a un adversario revolucionario, firme,
formado por un pueblo resistente, independentista y antiimperialista decidido a
construir el socialismo con el apoyo de muchos potentes aliados como son los
miembros europeos y asiáticos de la OCS, los latinoamericanos y caribeños de la
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA-TCP) y la mayoría
de los pueblos del mundo que ya no viven totalmente desinformados y cada día
asumen más protagonismo internacional a pesar de las fake news que engrosan las
campañas mediáticas y las políticas y estrategias imperiales de dominación, principalmente
aplicadas en los campos de las finanzas, la actividad bélica, el cine, la
música, el deporte y la moda que tienden a fomentar el ultraindividualismo y
por ello a desunir, fragmentar y alentar el egoísmo, la ambición y con ellos la
corrupción, la violencia y la drogadicción. Antivalores contra los cuales
también batalla el pueblo noble y chavista de Venezuela liderado por su
Presidente Constitucional, Nicolás Maduro Moros para vencerlos quien sentenció:
"A 4 años del nefasto decreto intervencionista del imperio norteamericano,
seguimos en batalla y victoria ante la permanente y brutal agresión contra
nuestro pueblo” (Maduro, twitt 9/3/19). Y puntualizó: “Hoy, más que nunca,
somos antiimperialistas ¡Jamás nos rendiremos!".
Referencias
1. Bolívar,
Simón (1829).- Carta de Simón Bolívar al Coronel Patricio Campbell desde
Guayaquil, 5 de agosto de 1829. Consultada el 10/3/19 en http://www.biblioteca.org.ar/libros/153489.pdf.
2. Fukuyama,
Francis (2006).- América en la encrucijada. Editorial B, S.A. 2007, Barcelona,
España. Título original en inglés: America at the Crossroads.
3. Maduro,
Nicolás (2019).- Twitter @NicolasMaduro.
(*) Autor: Doctor en Seguridad de la Nación. Analista político e internacional.
Politólogo e Internacionalista. Magister en Ciencias Sociales. Profesor universitario de las maestrías de la UBV, UMBV e IAEDPG y de seminarios en la EEI-Faces.
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