Kim y Moon en la encrucijada
Por Ernesto Wong Maestre (*)
Centenares de noticias
han viajado globalmente a través de internet y millones de minutos ha consumido
la humanidad observando desde cualquier punto del orbe el estrechón de manos y
los pasos dados sobre la línea de demarcación fronteriza, hacia el sur y hacia
el norte, por Kim Jong-un y Moo Jae-in. Toda una simbología que aprovecha
Donald Trump para atribuirse un logro que solo pertenece a los líderes coreanos
y a la heroica etnia coreana que luego de setenta años parece haber encontrado
las vías para reiniciar el escabroso camino hacia la total independencia, como
una única Nación soberana.
El acontecimiento
hacia la unidad de las dos Corea que se está presenciando hoy es una aspiración
de la inmensa mayoría de los ochenta y dos millones de coreanos y coreanas que
habitan este planeta, casi la totalidad en la península de Corea, pues se
identifican como pertenecientes a una de las etnias asiáticas de mayor arraigo
y homogeneidad cultural, pero también como una víctima de las políticas
expansionistas de imperios vecinos que trataron hasta 1945 de colonizarla o de
imperios más globales, como el encabezado por EE.UU que invadió la península en
1950 y sigue empeñado en someterla; ahora mediante la estrategia de mantenerla dividida,
como también lo hizo con Vietnam en la cercana península de Indochina entre
1954 y 1975.
Lo ocurrido el
pasado 7 de abril es también consecuencia de varios procesos globales que se
entrecruzan en ese lado del planeta y donde las principales potencias mundiales
se enfrascan en una batalla que a todas luces la está liderando la República
Popular China y la va perdiendo la principal potencia armamentista, los EE.UU,
debido a la crisis interna y la imposibilidad de salir de ella por estar
inserta en la desestructuración del sistema imperialista y en la propia crisis
estructural del depredador capitalismo.
En esa encrucijada,
Kim y Moon protagonizan ahora el hecho que ya gobernantes anteriores de ambos
países habían tratado de llevar a cabo. Por parte de Pyonyang, Kim Jong-il, padre del actual presidente norcoreano,
y del lado sureño, el presidente Roh Moo-hyun, se reunieron en 2007 para firmar
la llamada Declaración de Paz y Prosperidad como paso significativo hacia la
reunificación. Sin embargo, a los pocos meses todo había quedado en intenciones
porque Roh fue víctima de una intensa campaña de descrédito y su gobierno de
presiones políticas hasta que culminó su mandato y que le imposibilitaron
avanzar con Jong-Il. Meses después Roh “se suicidó” en circunstancias
sospechosas que quizás sea necesario volver a investigarlas.
De manera que tanto
Kim Jong-un como Moon Jae-in además de sus responsabilidades políticas los
vinculan procesos afectivos de alto sentido intersubjetivo porque quien también
asesoró a Roh fue Moon quien fungía como su abogado y asistente personal en
2007, y sin duda, conoció en ese acto bilateral al padre de quien ahora le
invitó a cruzar la línea fronteriza hacia el norte, territorio donde
casualmente nació el padre de Moon. Por ello, no deben ser extrañas las amplias
sonrisas, los apretones de mano o las declaraciones de ambos líderes que ayudan
a distender el clima guerrerista formado semanas atrás cuando el presidente
Donald Trump amenazó con destruir totalmente a Norcorea y Kim respondió con
desaparecer con potentes misiles, sitios estratégicos estadounidenses en el
Pacífico mientras que mostraba una política paciente, cuidadosa e inteligente de
paz hacia Seúl.
Un Jong-un crecido
como estadista, ante las amenazas de un Trump belicoso y portador de la
filosofía de que otros vayan a la guerra a matarse por EEUU, y un Moon decidido
a avanzar en la reunificación desde inicios de su gobierno y en ir tomando
distanciamiento nuclear de Washington, unieron sus voluntades para satisfacer
lo que a todas luces es un sentir popular a los dos lados de la frontera, el
deseo de volver a la tradicional hermandad étnica.
Por supuesto, si
todo en la vida política e internacional fuera y quedara en los intereses
intraétnicos o interétnicos, el mundo sería de paz y prosperidad como lo
afirman siempre en las declaraciones la mayoría de los organismos
intergubernamentales en el mundo. La reunificación coreana, como aspiración de
ambos pueblos, estará condicionada por la puja de intereses y de operaciones en
diversos sectores y de diferentes actores globales, comenzando por el Complejo
Militar-Financiero-Comunicacional dirigido desde el dúo Pentágono-CIA, por las
megacorporaciones de diversas naciones interesadas en la creciente red
económico-comercial-financiera asiática y euroasiática, y terminando por la
Organización de Cooperación de Shanghai liderada por China y Rusia, así como
por la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). Son esos cuatro
grupos de actores los que en mayor medida impactarán sobre lo que sucederá
entre los dos gobiernos de la Península coreana.
Para cualquiera de
esos actores, la República Popular y Democrática de Corea (RPDC) comienza a
gozar de una nueva imagen mundial, una legitimidad renovada ante la comunidad
regional e internacional de la cual estaba siendo apartada por la política
imperial estadounidense, y también disponer de un tiempo mayor, con recursos
potenciados al anunciar el detenimiento del ritmo de sus gastos nucleares, para
insertarse de lleno y con más bríos en los procesos integracionistas
multilaterales y bilaterales, comenzando por aquellos sugeridos por el líder Xi
Jinping de su vecina nación, donde una de las cincuenta y seis etnias
reconocidas en la Constitución Nacional de China es la coreana, de casi dos
millones de integrantes que forman la Prefectura Autónoma de Yanbián y habita
en la provincia china de Yilin, territorio de carácter geoestratégico tanto para
la RPDC y China como para la fronteriza Rusia y el cercano Japón.
Este último con una
larga deuda económica y ético-social con todo el pueblo coreano debido a la
historia de agresiones e invasiones armadas a su territorio y que siguen siendo
obstáculos para la mejoría de las relaciones coreano-japonesas, sobre todo por
el avance de la carrera armamentista del llamado “país del sol naciente” y de
su oligarquía liberal gobernante de arraigo imperial. A partir de ello se
pudiera comprender mejor el sentido de las últimas declaraciones del decaído
políticamente primer ministro japonés Shinzo Abe quien por no mostrarse tan
prepotente expresó su confianza, pero sólo en que Kim “cumpla su palabra”
respecto a las armas nucleares, más no mencionó nada acerca de las ocasiones
anteriores en que los diferentes gobiernos surcoreanos no cumplieron lo
prometido a la RPDC en materia de avances para la reunificación.
Por su parte, el
recién ofrecimiento de Kim, transmitido a Abe por Moon, de realizar una cumbre
norcoreano-japonesa queda a la expectativa y posiblemente no se realice antes
del próximo otoño en que Moon visite a su vecino del norte. No obstante, la
puja político electoral interna de Japón entre liberales y demócratas podría ser
un catalizador que incline la balanza hacia uno u otro lado respecto a las
relaciones Tokio-Pyongyang. Recuérdese que después que Jong Il y Roh avanzaron
con la Declaración del 2007, en Japón ganó el Partido Democrático (después de
varias décadas de derrotas) con su líder Yukio Hatoyama quien desde 2009, tuvo
una cierta disposición de apertura hacia China y la RPDC, lo cual pudo haberle
ocasionado fuertes presiones provenientes de las fuerzas de ocupación
estadounidenses y de sus aliados criollos quienes a la postre volvieron a
presidir el gobierno a partir de 2012. Hoy, Abe trata de conciliar intereses
con las fuerzas internas que abogan por la mejoría de las relaciones con la
pujante vecina China, en lo cual el cambio coreano viene a reforzar más esos intereses.
En cuanto a las relaciones
bilaterales chino-norcoreanas, el cambio ocurrido potencia más a China y
también a la RPDC, tanto geopolítica como geoestratégicamente, debido a varios
procesos. En lo militar, teniendo en
cuenta el historial bélico de los gobiernos de EE.UU, si Moon y Trump deciden continuar con las
maniobras conjuntas militares ahora sin armas nucleares, Beiging y Pyonyang no
tendrían obstáculo para iniciar las propias maniobras militares que
fortalecerían los intereses de ambos gobiernos respecto al Mar de China y a cualquier
operación militar en general en esa subregión. Con este inicial acuerdo se
presupone que al declarar Kim la disposición a cerrar una planta y posponer los
planes nucleares, es porque Moon ya se hubo comprometido también a contribuir a
desnuclearizar la parte sur de la península coreana, algo con lo que Trump
podría estar de acuerdo dados los altos costos que ello conlleva para el
presupuesto de Washington que el gobernante estadounidense lo pretende ir
orientando hacia otros objetivos, aunque no menos onerosos para el pueblo
estadounidense que es quien paga la carrera armamentista de la oligarquía
gobernante, como la que se lleva a cabo con el motivo de la “agresiva Rusia”. En lo económico-comercial-financiero, los
acuerdos intercoreanos favorecen el avance en esas esferas de las relaciones
chino-norcoreanas, sobre todo si las sanciones de EEUU y del Consejo de
Seguridad de ONU impuestas a Pyongyang son eliminadas o disminuidas, pues esas
siempre actuarán para uso del gobierno de EE.UU como la “espada de
Damocles” contra el pueblo socialista
norcoreano.
Ya en mi artículo
del 25 de noviembre de 2010 titulado “La decisión lógica y estratégica de Corea
del Norte” preveía que el conflicto armado en la península de Corea tendía a “incrementarse
en razón de las continuas provocaciones militaristas que Corea del Sur, con el apoyo de los Estados
Unidos, lleva a efectos contra la República Popular
Democrática de Corea (RPDC)”. Fue precisamente ese incremento
ocurrido entre 2010 y 2017 un elemento incidente y significativo en la decisión
del pueblo surcoreano de quitar del poder en marzo del 2017 a la gobernante
corrupta anti-unificación, Park Geun-hye y buscar una opción viable con la candidatura y la victoria de Moo
Jae-in, quien ahora ha cumplido el añorado deseo popular de reiniciar el
proceso de unificación norte-sur, aunque este no está blindado aún frente a los
potentes actores que utilizan las “covert action”, las “operaciones de bandera
falsa”, las campañas de “fake news”, las amenazas, chantajes y sobornos dirigidos
criminalmente, para desestabilizar
procesos y naciones.
En función del
proceso unificador, Moon y Kim aprobaron una declaración final, de donde se
puede extraer el sentido altamente social que tienen los temas centrales
acordados entre ellos. En primer lugar, detener las operaciones de hostilidad y
avanzar en la desnuclearización total de la península de Corea lo que significa
eliminar gradualmente “los arsenales”, la propaganda dañina en las fronteras y
no enfrentarse en el llamado “Mar Amarillo”, todo a partir de firmar un
“tratado de paz”. En segundo lugar, desarrollar inmediatamente la estrategia de
las “conversaciones militares de alto nivel” e ir creando condiciones para
mejorar las relaciones bilaterales mientras que se fomenta “un futuro conjunto
de prosperidad y reunificación”. En tercer lugar, fomentar las actividades de
reunificación familiar y competir conjuntamente en lides internacionales deportivas
bajo una misma bandera. Y en cuarto término, iniciar conversaciones de
negociación a cuatro bandas (las dos Corea, China y EE.UU).
Esos acuerdos
bilaterales presuponen, ante todo, que Moon y su gobierno están decididos a dar
pasos concretos y cumplir lo pactado, lo cual no es la garantía total del
avance del proceso de reunificación pero sí un paso superior que busca
aprovechar la coyuntura crítica por la que atraviesa la otrora dominación
hegemónica estadounidense en la región de toda el Asia-Pacífico y también
aprovechar el surgimiento del “nuevo poder condicionado colectivo” expresado en
la política china de construir una “comunidad de destino compartido” basada en
la creciente interconectividad, como la desencadenada por la Franja y la Ruta,
pero también soportada en la visión de “un país dos sistemas” o de la
gobernanza global de nuevo tipo, apoyada en una búsqueda de la multipolaridad
pero que también tiende a la bipolaridad multicéntrica debido a la política
exterior imperialmente obcecada de los gobiernos estadounidense de turno que
obligan a cerrar filas internacionalmente contra el belicismo guerrerista en
bien de la paz y la salvación del planeta.
Tratar de
comprender ese proceso de unificación “intercoreano”, profundamente social, y
por tanto ideológico y también geopolítico, sin considerar al imaginario real
de ambos pueblos, sus aspiraciones de felicidad y sus anhelos históricos, como
lo ignoran y pretenden establecer las limitadas teorías neoliberales de las
“relaciones internacionales” donde lo social, con sus batallas políticas
internas, quedan enmascaradas en una “caja negra” o ignoradas por metodologías
neopositivistas o filosofías pseudo analíticas, resulta a todas luces un empeño
cognitivo infructuoso y sesgado, y por ello es que así, con esas limitaciones, lo
difunden las cadenas transnacionales de noticias que le hacen el juego a las
megacorporaciones de la carrera armamentista y ahora tratan de crear la
incertidumbre en torno al cumplimiento nuclear de lo prometido por Kim y de comenzar
a buscar con qué torpedear la gestión de Moon, quien junto a su par norcoreano,
transitan por una histórica encrucijada.
(*) Analista
internacional y profesor de las maestrías en Relaciones Internacionales del
Instituto de Altos Estudios de Seguridad de la Nación de la UMBV y de la de
Derecho Internacional Público de la UBV, así como de la carrera en relaciones
internacionales de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV.
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